Cuando la luna llena sobre el mar, resplandecía con brillo sin par, un ángel de divino rostro, escuchó mi voz. Yo estaba tan sola, tan triste y lloraba, no sabía que hacer en el momento, ya no me importaba. Mi ángel de divino rostro, suavemente me abrazó, me dijo que no llorara, y conmigo se quedó. Admirando su encanto, y escuchando su voz, dormida entre sus brazos, me encontré mejor. Su esencia era tan suave, era paz y protección, amor y abogacía, para un buen corazón. Aquel ángel perfecto, con una magnífica voz, a verlo no he vuelto, y no sé si lo veré hoy. Sus alas no despegaron, pues no eran de plumas, eran alas de cristal, y tán frágiles como del mar la espuma.
Cuando la inspiración me ataca, me encontraré escribiendo en éste mi diario de historias alternas