Cuando la luna llena sobre el mar,
resplandecía con brillo sin par,
un ángel de divino rostro,
escuchó mi voz.
Yo estaba tan sola,
tan triste y lloraba,
no sabía que hacer en el momento,
ya no me importaba.
Mi ángel de divino rostro,
suavemente me abrazó,
me dijo que no llorara,
y conmigo se quedó.
Admirando su encanto,
y escuchando su voz,
dormida entre sus brazos,
me encontré mejor.
Su esencia era tan suave,
era paz y protección,
amor y abogacía,
para un buen corazón.
Aquel ángel perfecto,
con una magnífica voz,
a verlo no he vuelto,
y no sé si lo veré hoy.
Sus alas no despegaron,
pues no eran de plumas,
eran alas de cristal,
y tán frágiles como del mar la espuma.
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