Era tarde...
Ya no habían ilusiones que cegaran los ojos de aquella niña que se había convertido en una mujer.
20 años de perseguir metas que ya había rebasado, y sin embargo, cuando más fuerte se sintió, más vulnerable se encontraba. En frente de ella, el miedo al fracaso, al silencio, a la autodecepción que llegó a sentir en su periodo de autocompasión y odio sociopata.
Era tarde...
Él ya estaba al borde de una crisis de personalidad. Su estado de ánimo lo ocultó con una máscara de felicidad y de condescendencia hacia el prójimo. Hacia todos aquellos que creían y apostaban que era un ángel, y que los ángeles están destinados a cuidar, proteger, a velar, más nadie está allí para amarle, quererle, recordarle que hay un motivo para vivir.
De haberse conocido antes cualquier cosa habría valido menos.
Sin embargo, mientras iban por vagones diferentes, sus caminos cruzaron. Y sonrieron.
Ya que ambos querían perderse, y olvidar un poco el trance de la soledad que los asfixiaba.
Y ya habían restos de lo que pasaría en sus vidas después del momento en el que estrecharan sus manos.
El primer abrazo, la primer sonrisa, la primer mirada a los ojos. Ya estaba predicha.
El tatuaje invisible que los unía, era indeleble.
Todo lo tenían escrito en su cuerpo. En el lugar más oculto.
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