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Kharma

Ella había vuelto a su tierra, hacía ya tanto tiempo que se había ido para buscar el tan merecido éxito. Secretamente escondía el pasado lastimero que la hizo atarse a la corriente pictórica de la tristeza y melancolía en cada una de sus fotografías famosas. Muchas de las cosas que escribió hablaban de ella, y de muchas más personas que conoció e inmortalizó y más tarde se volvieron los amigos de tantos; ella ya había alcanzado el sueño que tanto perseguía.

Ella caminaba por el centro de la ciudad que le dio la vida; llevaba un vestido rojo, tacones y apenas maquillaje sobre su pálido y más afinado rostro. Sus labios parecían una jugosa fresa de color carmín y su silueta estaba más armónica, era toda una muñeca.

A lo lejos divisaba una silueta conocida, era un hombre de estatura baja y con cierto aire de sociopata. Él era el hombre que había compartido algo con ella hace ya algunos años. 

Hizo como si no la hubiese visto, pero en su mente él esperaba una palabra de aquellos labios que besaba con frenesí en algún momento. Estaba frente a la única mujer que fue capaz de cegarse por él y era inútil negar que el volver a verla le removio sentimientos.

Él habia subido de peso, se notaba desaliñado, y con ese aire de despreocupación y odio hacia la humanidad que emanaba en su aura lo hacían un ser incómodo de ver, pero era inútil escapar, ambos iban en la misma dirección:

-Es inútil que sigas ignorándome, no puedes vivir de orgullo toda tu vida- Respondió aquella chica de larga cabellera oscura y espesa.

El dió algunos pasos antes de retroceder, y al final se volvió a verla. 

Era ella. La chica que alguna vez le regalaba sus tardes, y le decía todo lo que él quería escuchar, era como éco la ninfa pero de la época moderna, aunque ya con algunos años más. Ella tenía 27 ahora, la edad que él tenía al conocerla.

-Creí que había dejado claro el no volver a hablarte-
-Es inútil, jamás leí tu mensaje completo-

Cierta tensión se notaba entre esos dos individuos que se regalaban unas palabras después de años de silencio.

-¿Como estás?-
-Perfectamente, muy bien, en el mejor momento. Sabes, vine a casa de nuevo y me siento feliz de volver; pero no hablemos de mí, nunca lo hemos hecho, siempre se trató de ti ¿te acuerdas?- Respondió con una sonrisa macabra sobre sus rojos labios.
-Pues estoy, ya sabes sigo buscando empleo, y haciendo de mi vida lo que puedo. Creo que eso no es novedad.
-¿Y como está élla? me imagino que los planes de boda siguen o si es que no se casaron. ¿O no es así?
-Me dejó... Dijo que lo nuestro ya estaba podrido, y que no había remedio seguir conmigo... No sé ni porqué te estoy contando esto, si tu también fuiste una historia y un drama.
-Me lo estás contando porque sabes que yo siempre te escuché ¿o no es así?

La mirada seductora de la chica que ya tenía más armas adquiridas con los años se posó sobre aquellos ojos de un marrón claro que tendían a mentir con cierta veracidad en los ultimos años de la adolescencia de ella.

-¿Sabes? Yo siempre supe que volver con ella era mala idea. Ella ya no te amaba realmente, ¿y sabes que es lo peor?
-¿Qué?
-Que yo sabía que ella te trataría como tu lo hiciste.
-¿Quien lo podría saber?
-Nunca te sientas seguro de nada. Mírame ahora. ¿Recuerdas cuando me decías que yo era tu princesa?, ¿Y que cuando fuera famosa me seguirías?... Hahahaha ¡Qué bonita es la imaginación de los hombres maduros!, y más cuando enamoran a una pequeña indefensa.
-Ahora tienes quien te diga que eres su princesa...
-Yo nunca fui una princesa

Caminaban y conversaban como si fuera el mismo momento en el que se conocieron, olvidando las asperezas.

-¿Sabes? Yo aun recuerdo cuando me decías que era tu princesa. Recuerdo que me decías que siempre me buscarías aunque ya estuviera con alguien más. ¿Sabes qué?
-¿Qué?
-Me la creí. Y pues siempre pensé así en ti. Aun cuando me odiaras. Pero es bueno volver a verte, repuesto después de cortar con ella. Ella era como la cadena que te mantenía en un solo sitio, varado en el mar condenado a hundirte. Si no es que ya lo hiciste.
-¿Me darías un abrazo?- Le dijo casi llorando
-No se me antoja- Cortantemente lo citó como la última vez que ella le pidió un beso.

La atmósfera se tornaba densa y ellos dos seguían conversando, era como si el tiempo se detuviera.

-No he podido olvidarte... Estás en mi mente, en mis labios, en mi cuerpo.
-Pero ya tienes a alguien-
-Pero no es suficiente, yo siempre he sentido atracción por esa capacidad tuya de ser tan frío y oscuro conmigo y toda la gente; ese halo tuyo de psicopatía y a la vez candidez es lo que siempre busqué en alguien.
-Es solo un cumplido ¿No es así?
-De ninguna manera. Acompáñame a mi departamento, quiero que hablemos más íntimamente.

La chica lo condujo hacia su auto y de ahi en el coche no cruzaron palabra, ella manejaba y se mantenía lejana de la mirada de él quien contemplaba su rostro que había sido conservado intacto por las huellas del tiempo; sus labios rojos como manzana y brillantes como si los mojase el rocío de la mañana. A él aun le gustaba.

-Bienvenido a mi humilde morada, traeré dos cognacs o una champagne, recordemos viejos tiempos-
-Ya no bebo-
-¿Y eso? Todos los sábados armabas pedas horribles con cartones de indio.

Le aceptó el cognac embelesado en la nueva figura de ella, quien subía y bajaba de peso constantemente. Pero ahora era una mujer de amplias y firmes caderas, una cintura breve y torneada, y sus pechos seguían tan erguidos como en su lejana adolescencia.

-Me pondré cómoda, siempre quise hacer algo atrevido contigo, acompáñame a mi recámara, te vendare los ojos y me desvestiré contigo.

Ella le hipnotizó dejando caer su rojo vestido sobre su piel y caminaba como si fuese una fiera. Ella ahora sabía como llevarle la rienda.

Al desnudarse le dijo que se acostara y ella fue por un traje de dominatriz que celosamente guardaba.
Le vendó los ojos y lo esposó a ambos lados de su cama.

-Sabes, me encanta esto, recuerdo los viejos tiempos. Recuerdo tu cuerpo, tus manos, tu aliento. Eso me hace sentir tan viva.
-¿Y no me darás un beso?
-No se me antoja.

De repente las caricias se tornaban violentas y dolorosas.

-Yo siempre quise sentirme amada por ti. ¿me oyes gusano?, siempre quise sentirme amada por tí.- Le detenía por los cabellos mientras le susurraba al oido.

-Eres un chico malo, muy malo y tendrás que ganarte el derecho a ser feliz. ¿Sabes?, mejor no. Yo no quiero que tú seas feliz, tú... ¡Tú no mereces ser feliz!- Le decía mientras hundía el tacón de su stiletto en su ano.

-¿Qué vas a hacerme?


-¿Qué voy a hacerte? ¡voy a hacerte pagar!, ¡voy a obligarte a recordar!, ¡no dejaré que olvides jamás en tu miserable vida mi nombre!

-Yo quería ser tu princesa-

Se oían latigazos y golpes sobre la piel desnuda de aquel hombre. El dolor era incomparable, pero cierto placer y miedo se apoderaba de aquel ente.

-¡No tienes derecho a sentir placer escoria!. ¡Tu jamás me tendrás de nuevo en tu vida. No mientras yo viva!.
-¿Serías capaz de lastimarme tú, la que alguna vez fue mi princesa?
-¡No soy una princesa!-gritó con decisión- Jamás seré una princesa. Pero tienes razón. Yo no me mancharé las manos con un insecto como tú. ¡Cariño, es todo tuyo!

Del baño salió un imponente y alto hombre, corpulento y musculoso, quien traía consigo instrumentos parecidos a los de la santa inquisición. Ése hombre era el marido de ella. Estaba decidido a torturarle.

Se oían llantos, lamentos, quejidos. El hombre sangraba golpeado, malherido.

-Ten piedad-
-Jamás tendría piedad, ¿la tuviste conmigo?- Ella respondió mientras lamía una cuchilla.

-Pero está bien, no voy a volverte un héroe. La muerte no es suficiente castigo.... ¡Mi amor, suélta al gusano! pero antes dale su merecido.

Le machacó los dedos con un rodillo y en su ano dejó un dilatador para expertos.

-Mi vida era feliz sin ti, y tú me la destruiste... ¡Esto es por mi!, ¡Por ella y por mi amiga! por todas las que heriste y lastimaste- Lo abofeteaba y lloraba mientras gritaba

-No te irás tan fácil.- Le miró a los ojos mientras le decía un último secreto- Ya casi es hora de irte, pero ahora ya nadie podrá acercarse.- Golpeó con fuerza su mandíbula y le sacó los dientes.- Sé cuanto te costó tu nueva dentadura.- Le decía sonriendo.

-¿Qué vas a decirme?

-Me tenías segura. ¡Mira en lo que me convertiste!... Nunca subestimes a alguien por pequeña o indefensa que sea. Ahora sé que eres incapaz de volver a lastimarme. O ya sabes lo que te pasará por ser un chico malo. ¿Capisce? ¿Mi amor?

El hombre desnudo y aterrado como pudo salió de la habitación.

-Volverémos a verle- Contesto su marido
-No te preocupes mi amor, el sabe que podría pasarle- Le besó con verdadera pasión

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