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Punto sin retorno

Él le sonrió al saludarla. Y con ese saludo sellarían promesas que jamás les cumpleron en sus vidas pasadas.

-Hola, se me hizo un poco tarde- Llegó con ese cierto carisma lleno de autenticidad y de vacío, su melena de ondas salvajes y alborotadas. Saludó de beso a todos los que se sentaban en el banquillo de en frente del local.

-No importa nisiquiera hemos hecho mucho- Le contestó su amiga, que llevaba horas esperando que terminara su servicio social para no sentirse incomoda entre tantos chicos con intereses comunes que aun no entendía.

Lo saludó a el pero era poco probable que descifraran la esencia de la atmósfera perfecta para crear un vínculo que pocas veces se crea.

Era fácil de recordar como iban ellos dos, con quiénes platicaban, de qué conversaban; mas no era fácil describir el exacto momento en el que ella y él comenzaron a tenerse la confianza que habían perdido en guerras anteriores. Era difícil acordarse cual fue la oración exacta que los hizo quedarse el uno cerca del otro de manera tan fácil, como si supieran que ese era el momento en el que debían conocerse.

-Ya me voy, ¿me acompañas con mis papás?- Le dijo su amiga a la chica de largos mechones rizados.
-Claro- Asintió y la acompañó hasta el auto. Después de despedirse volvió al banquillo, con las pocas personas que quedaban sentadas en él.

Ella ya lo había conocido superficialmente, y estaba aterrada con la idea de que oficiara un juicio sobre su apariencia, su cierta tendencia a parecer egocéntrica.

Él no prestaba atención a los detalles extravagantes e infundados de su nueva amiga, al contrario, analizaba su lenguaje corporal y la manera en que callaba y le escuchaba como si fuera su amiga de toda la vida.

Habían pasado horas, y ya solo quedaban ellos dos, y nadie más a su alrededor.
Habían conversado tanto de la historia difícil de él, y de sus dos amores importantes que le hacían estar en una balanza que se iba desbalanceando con el tiempo. Él sonreía pero por dentro se sentía aprisionado en un búnker sin salida aparente y a punto de quedarse sin oxígeno.

Ella no había notado que ya daban las 9 con 10 y que su anteproyecto debía ser corregido, y las pruebas de las grabaciones que había editado debían de ser renderizadas. Y no le había molestado quedarse hasta tarde con quien le había regalado su confianza.

Habían traspasado la meta, llegaron al punto sin retorno de dos personas que debían conocerse y que tenían que dejar todo lo que necesitaban hacer, para reunirse, y mantener esa larga e íntima conversación, que daría paso a una amistad invaluable, que después comenzó a escribir una historia de amor maduro e incondicional que tanta falta hacía en sus vidas de post adolescente (ella) y adulto contemporáneo (él).


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