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Deseo

Hoy es uno de esos días en los que me cuesta mantener la respiración de manera normal. Casi no sucede nada interesante en mi vida, y no tengo empacho en decir que tal vez nada relevante sucederá esta noche.

Por ahi vi a las señoras de sociedad, tiñendo sus labios de vergüenza y falsa moral, tal como si no supiéramos que en esos labios llevan el chisme y la indecencia.

La tia solterona que no se separa del invitado extranjero al que esa noche se llevará a la cama para no recordar que la dejaron plantada. Su aran de seguir en las bodas de la familia aun cuando llora en las ceremonias por recordar que el hombre de su vida la dejó en la iglesia.

Los novios están tan felices en su mesa de pastel barato y vino blanco, como me enloquecen sus miradas bobas y virginales como de dos que se conocen en el subterráneo a mitad de la noche.

Por la esquina del escenario de la fiesta, está la banda que toca todas las canciones de bodas y bautizos de todas las fiestas, es una pena que en este lugar solo vengan a alcoholizarse y hacer el ridículo en lugar de disfrutar de esas piezas de los 90´s.

He decidido quedarme hasta el final ya que no hay nada mas que hacer, solo adaptar mi mirada al horizonte indeseable de esta fiesta de hipocresía y vergüenza.

Mas esta noche noté un halo especial en una de las personas de la banda. No parecía un miembro recurrente, es mas como si no fuera ese el ambiente al que pertenecía. Era alta, o al menos yo así la veía.  Sus ondas intermitentes de un castaño rojizo ténue y esa silueta estilizada que danzaba al ritmo de un jazz.

Eran las 11 y apenas la fiesta comenzaba, no sabía si era la imagen de aquella jóven que cantaba lo que me tenia esperando siempre hasta el final. Mas no pude ni quise retirarme, yo iba a quedarme hasta el final.

Bebo una a una mis copas de refresco de descuento, no importa cuan incomodo esta el ambiente, yo no quiero irme de aquí.

Sin embargo debo ir al coche, mi último cigarrillo lo he fumado. Después de ir al baño supongo que caminaré hasta el coche para poder sacar alguna caja mas.

-¿Tienes fuego?-

Escuché entre cortado de una media voz

-Tengo cigarrillos, no tengo fuego-

Volteé hacia atrás, y era la chica de la banda. Traía recogido el cabello en una cola de caballo, y salían unos rizos detrás de su fino y delicado cuello.

Ella olía a deseo...

No se como describirlo, pero si olía a deseo...

-¡Tu ponme un mentolado que te pongo el fuego!

Fumando en el estacionamiento del lugar, cerca de la ventana con vista a la ciudad, yo en una mezcla de nervios y de impaciencia sentados uno frente al otro.

-No es muy delicado estar sentada en el suelo con un vestido tan lindo, fumando con un completo desconocido

-No eres un desconocido, eres el chico del cigarro. ¡No creas que no lo noté!, sé que me estabas mirando.

Avergonzado asentí, mientras miraba como se perdía en sus pensamientos al disfrutar de cada bocanada del cigarrillo mentolado. Sus labios de fresa eran perfectos, no deberían rodear el infame cigarrillo que tenía en sus manos.

-¿No vas a cantar más?-

-Ya no. Mi turno se ha acabado... Y nadie vino por mi-

-Yo te llevo-

-¡Pero si ni tu nombre me has dado!-

-Tu no me has dicho el tuyo-

-No es de inteligentes que el nombre de la banda sea el de una chica. Me llamo Sylvie.

Era de esos dias malos, que agradeces que te pasen a ti. Aunque ella estaba triste no dejaba de mirarla, no dejaba de desearla.

Es que su cuerpo rozaba su ropa con delicadeza y ternura. Su sonrisa ingenua y osada me mostraba su  intensión de no volver a ser la misma.

No se si ella notó mi intensidad. Pero hizo lo mismo.

-Besas muy mal- Dijo con una sonrisa burlona y dulce.

-Sabes a Gloria- Embelesado por sus encantos repliqué.

Tras besarnos una hora fuimos al coche y la lleve a mi departamento. Es de esas noches que no vuelven a pasar.

-Déjame besarte el alma- Le dije ardiendo en deseos de poseerla y de amarla

La despojé de su vestido y la tomé entre mis brazos como un adolescente en su primera vez.

Cada pensamiento en ese momento me llenaba, sentía que había pasado tanto tiempo y aun así no me atrevía a dejar de mirarla.

Ella era bella hasta sin intentar serlo.

Cansados ella y yo dormimos hombro a hombro en el suelo. No supe si la asusté, mas no la vi con deseo al día siguiente.

Era como una pequeña dormida esperando a Santa Claus. Abrazada de mi almohada y con mi camisa de pijama. Era la postal mas bella que un mortal como yo podría presenciar.

No debía perturbarla... Mas deseaba que esa escena jamás terminara.

Comentarios

Eduardo Peñas dijo…
Hermoso tu poema , conquista mi corazon, alimenta mi paz y hace soñar mis pensamientos con lo que dices!

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